miércoles, 31 de octubre de 2007

DISCULPEN EL PESIMISMO

En este infame tránsito de lágrimas celestes y cuchillos resplandecientes, encuentro pocos motivos para el optimismo y la sonrisa. Llevo, ¿cuánto? ¿dos semanas? encerrado en casa, sin pisar la playa, recortando los paseos; evito a los vecinos y ellos tampoco saludan; la cosecha de melocotones de Hell´s Gate se ha ido a la mierda, uno de los burros se partió la mano en el tremedal (oiga, ya sé que la tormenta podría ser peor, ¿alguien se cree que eso es un consuelo?), veo las gotas marrones de lodo y a ratos una veta de sol que las atraviesa, tangente burla que refleja el charco de mi porche; después arrecia la recia agua que golpea el viento de huracán, y se vuelan los paraguas, y se hinchan los chubasqueros, y yo metido en casa, me cago en todo eso, y créanme que es grave porque yo soy comedido, una lluvia de una semana no me vence, pero quince días aquí son demasiados para creer en el caribe, son demasiados.

Carmen dice que estoy triste, y no sé si regalarle una pipa, o mandarla a que vaya a buscar a Mycroft Holmes para que le diga cómo me puedo curar (si es que tienen tiempo), y dice que cuando estoy triste me pongo sarcástico, ella dice insoportable, y dice (dice dice) que me tengo que tomar unas vacaciones, y probablemente eso es lo que haré mañana.

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