miércoles, 2 de enero de 2008

(LOS PAJARILLOS), EL AMOR, LA RISA.

No me faltan motivos para vivir el 2008. En primer lugar, no darle un disgusto a mi mujer ni a las tres o cuatro personas que me quieren, tampoco contradecir a los médicos que dicen que –a pesar de todo lo que me empeñé en lo contrario- mi salud es decente (siempre con la apostilla: para alguien de su edad), el tercer motivo es que el quince de diciembre celebraremos la entrada en vigor del estatus de municipalidad especial que obtuvimos en las reuniones de 2004, en las que jugué un papel modesto pero papel al fin y al cabo; y que, entre otras cosas, conllevará mi jubilación. Un hecho que espero inquieto. Otro motivo es el concurso de ahorcados de Junio, para el que tengo una buena palabra preparada que, por motivos obvios, hoy no pondré.

Aparte de esos, el principal es vivir, negarme un año más a la fatalidad, deshilachar la colcha sin que, todavía, deje de tapar. Y uno secundario pero importante es reírme, es al que le debo que me apetezca todo lo demás.

Puede que ustedes me consideren un ser triste, reconozco que mis reflexiones adolecen de cierto patétismo y de poco sentido del humor, pero les aseguro que me río a carcajadas como la mayoría, que lo soporto casi todo si oigo una buena broma de vez en cuando.

El año pasado han sucedido cosas terribles (perdí a un amigo, visité a un enfermo terminal, las inundaciones, lo del burro, etc.) Evidentemente mientras lo recuerdo no puedo reirme; la risa se resiste, sin embargo, a la dura cronología, aparece fuera del tiempo, a veces nos reimos del propio tiempo, de la muerte. La sonrisa es deseable como una actitud constante, la risa son fogonazos: la mejor exhibición del ingenio que se me ocurre. Ahora mismo me siento feliz, por eso no necesito más motivos para recorrer este dos mil ocho, feliz de saber que tarde o temprano volverán los luminosos ataques de risa (y también los de amor).

Feliz año a todos y a todas.