jueves, 25 de octubre de 2007

¡50 LITROS!

Vaya enfado se ha pillado mi secretaria cuando le he contado lo de los bidones. No cesaba de repetir: ¡CINCUENTA LITROS!
Según ella, todos me toman por tonto.

Dice que no es verdad que se haya acabado el agua en los supermercados, y si lo dice ella... Vamos, que en quince años no le he cazado una mentira, no ha faltado un solo día al trabajo.

Le explico –y con eso, de alguna forma, le estoy dando la razón- que lo de menos es el agua; lo que duele es que utilizaran la necesidad como cebo.

Hay pocos pobres honrados –sentencia.

Quiero decirle que no, que la necesidad es la misma, y el engaño es un acuerdo tácito entre el pobre y el rico; la forma de que las relaciones entre clases se mantengan tensas, “como tienen que estar”, le digo, rememorando el año en el que fui comunista.

Así va el mundo –contesta.

Me dan ganas de decirle ¿así, cómo?, de preguntarle qué sabe ella del mundo, si vive en una isla de mil quinientos habitantes y jamás ha salido de aquí. Pero, cuando alguien dice una frase como esa ningún otro tiene derecho de replica. Así va el mundo para ella, así va.

Hay que haber estudiado semiología para discutir con mi secretaria. A estas alturas de la partida ya es raro encontrar a alguien que utilice menos sutilezas, que despliegue una moral tan monocorde, un lenguaje tan monolítico. Habría que ser Umberto Eco para entender la amplitud de esas palabras que suenan como felicitaciones en un bautizo. Tendría que rastrear la huella arqueológica de tanta integridad para acabar descubriendo (seguramente) que su reino no es de este mundo.

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