martes, 25 de septiembre de 2007

LA CARTA

Hay mujeres que se vuelven locas de amor y hay locas que aman, Mayte es de estas últimas. No vio en Kate a una enemiga. No podía odiarla ya que hacía feliz al poeta. La muchacha lo explica en su carta: fue tan dulce, la protegió tanto, le expuso tan delicadamente los deseos de Dillión, que nuestra joven holandesa se enamoró de ella, de una forma casera, callada. Fue inútil que Mayte intentara girarla hacia él, la chica ya había elegido su amor de verano. En San Martín, los tres, alcanzaron un consenso que apenas duró un par de días. Dillión (cito textualmente) “se volvió loco de celos”

Aquella noche, mientras daban un paseo por los acantilados del sur de la isla, el poeta las atacó. Estaba borracho. Golpeó a Mayte, derribó a Kate y quiso forzarla sobre la hierba mojada. Mayte le alcanzó la cabeza con una piedra. Fue suficiente para que Kate se zafara. Dillión se incorporó, grogui, y dio vueltas alrededor suyo. En un movimiento mareado, tropezó hasta el borde del precipicio. Kate se acercó, antes de que Mayte supiese lo que hacía, y le empujó: Dillión perdió pie, se despeñó y las olas se lo llevaron para siempre.

La carta la encontré hace una semana, en uno de los libros que Kate había cogido de la biblioteca de Hell´s Gate. Se despegó de las primeras páginas de “Orgullo y prejuicio”, y planeó hacia mis pies, como un avioncito de papel. Después de leerla, la hice pedazos y los eché en la barbacoa. Un gerente sabe cuándo tiene que dar carpetazo a un asunto.

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