HASTA OTRA, BRASIL
Ayer, una musa se me apareció mientras me cortaba las uñas y me dijo que tenía que ir a Brasil ¿Brasil? No puedo ir –pensé mientras la musa se esfumaba- apenas sé nada de ese país. Conozco de oídas el carnaval, imagino playas de arena blanca y mulatas en tanga, he visto jugar a su selección, y considero a Lula un buen tipo, aunque no sé si eso es suficiente. ¿Por qué voy a tener que ir a Brasil?
“Orden y progreso” pone su bandera. Pelé, Xuxa, Astrud Gilberto, el Cristo del Corcobado, Maracaná y Amazonas, son los nombres que vienen a mi memoria. No me interesa ni el sentimiento cristiano mil veces ramificado, ni el culto al cuerpo desmesurado y especialmente lascivo de los brasileños. Es, en resumen, un país más, con su tradición política de reformas y contrarreformas, su clase media culta surgida de Mayo del 68, y un sector financiero tan corrupto como el de Estados Unidos o España. El crimen en las favelas acaba por derruir la cara frívola que había construido a base de caipirinhas y de las revistas de viajes. ¿Qué tiene Brasil?
Flaco favor puedo hacer al afortunado lector que viaje hacia allá. De nada le sirve que repita que las cataratas de Iguazú son impresionantes. En cambio, él podrá decirme si existe otro distinto al que enseñan las agencias, un lugar húmedo (yo me lo imagino así), no por completo deforestado, dividido en regiones bajo la férula de mosquitos y virreyes dudosos. Salpicado de bosquimanos y espíritus que siempre han cedido su puesto ante la razón europea. Un territorio que durante siglos fue más medieval que fantástico.
Por medio de instrumentos como el sexo, la música o el fútbol, la fe de algunos brasileños y la parafernalia colorista de otros muchos degenera en excesos menos cruentos que los que se infligieron a los seguidores de Antonio Conselheiro*, líder de una multitud de pobres beatos a los que el ejercito exterminó por atreverse a fundar una comunidad antirrepublicana a principios del siglo diecinueve. Aquel reducto, en el que se luchaba contra las leyes modernas de la independencia, desapareció por anacrónico, para consolidar una versión nueva de la explotación de siempre.
Desde entonces, y desde otros episodios semejantes, la globalización ha ocupado su mercado como en el resto del mundo. El petróleo y la madera siguen marcando la pauta, sin embargo los indígenas ahora cuentan con defensores más realistas y los organismos internacionales aplauden las tibias reformas de su gobierno. Encabeza la lista de los países modernos, de los encarrilados en la vía del desarrollo. Aseguran que, a pesar de la pobreza, la democracia pone en la mesa alimento para sus habitantes. Algo natural, dados sus enormes recursos.
No obstante, los grandes ventiladores de los cabaréts, los niños que le dan al pegamento y los relojes paraguayos pueden acongojar hasta al más inconsciente de los turistas, aunque en esa clase de viaje la principal queja suele venir del servicio del hotel y el retraso de los aeropuertos. Quien viaje así posiblemente no descubrirá más que esa cara, pero lo que él pretende, sol, playa y caipirinhas, lo obtendrá de fijo.
Necesariamente, el protagonista pasará por Río de Janeiro o por Sao Paulo, capitales del continente americano, dos de los lugares del mundo más caros para vivir. Este dato, un mal síntoma para sus habitantes, lo explica una prosperidad o una decadencia, como la del imperio romano. La capital se convierte en la última estación de miles de emigrados, la ciudad lo importa todo, así que allí se queda el dinero de todos, hasta que alguien lo ingresa en las Islas Caimán. Mantenerse en la ciudad es caro y salir de ella también.
De Río o de Sao Paulo, nuestro turista lamentará la miseria de sus calles y la pobreza de miles de niños (no sé porqué, la pobreza en los niños se ve más). Quizá alguien le haya atracado o le hayan pedido una pequeña “mordida” y es posible que, cuando regrese, nuestro viajero cuente, en una sesión de fotos a sus invitados, las experiencias deshonrosas que cualquier europeo tiene que sufrir en una visita a ese país. Pero si hablamos de un viajero de mundo, él sabrá encontrar el Brasil imaginado del que habla la musa.
El turista elogiará ante sus amigos la hermosura de las brasileñas, a la gente noble de los sertones, les referirá que la clase culta de formación europea no piensa únicamente en el fútbol o en la cirugía estética. Usará hipérboles para recordar el Amazonas, intentará definir con una metáfora el atardecer de una de las diapositivas, y concluirá la sesión empeñado en demostrarles que vale la pena conocer Brasil.
¡Menuda suerte tienen los que se vayan este verano y encuentren ese país, y se bañen en el paraíso, y coman platos como los que se jalaban los piratas hace siglos! Les envidio, aunque yo me libre de parecer un cajero automático con pantalones cortos y cámara de fotos. Les envidio porque podrán añadir otros tópicos a la lista.
Todo viaje es un viaje en el tiempo, simultáneamente hacia delante y hacia atrás, fue lo que me dijo la musa. Si no viaja, uno se queda fuera de la historia, mirando por la ventana, haciendo frases que ha podido recopilar en Google. Imagina cómo sería ir a Brasil, a México o a cualquier otra parte, para reconocerse lejos en el espacio y en el tiempo, como en un relato de ciencia ficción; pero se queda en el mismo sitio.
El verano recuerda a algunos que no tienen dinero para largarse. Ni Brasil ni hostias, le he dicho a la musa. Apenas hay suficiente para las fiestas del pueblo, así que no me calientes la cabeza con cataratas y caipirihnas: de eso también lo hay aquí. Los que se vayan a Brasil, que no se acuerden de los recibos. Los demás nos manejaremos con la perra suerte. Ayer la musa se me apareció, pero hoy no quiere ponerme en nómina, así que, hasta otra, Brasil.
* Ver "La guerra del fin del mundo" M.V.Llosa.
No hay comentarios:
Publicar un comentario