miércoles, 27 de junio de 2007

LITERATURA DE POLÍGONO

Carmen Posadas y un servidor creemos que la escritura, al menos la nuestra, debe servirse como un champán fresco que sorprenda el paladar del lector con un bouquet irónico, fragante. Lo sucio no es eterno, tampoco lo brillante, pero la impresión que deja la guarrería es la misma en la literatura que en una camisa blanca arrugada.

Bella. Inteligente. Triunfadora.


La literatura de polígono, también llamada prosa de polímero, almacena trastos entre polvo, exhibe un triste stock de frases hechas y situaciones repetidas. Se conforma con el menú rancio de ocho noventa y cinco. Como consecuencia, es perfectamente olvidada siempre que se reparten premios. No existe. O existe como cifra de relleno. Se presentan noventa relatos, gana uno, ochenta y nueve acaban en el arroyo, confundiéndose entre compresas y bidones de Ertoil, y ni siquiera está claro si el que se ha salvado no merecía el mismo final.

En el polígono apenas hay vida, y desde luego no hay ningún bouquet. Carmen Posadas sabe, y yo intuyo, que la elegancia es el único punto de partida.

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