Otra vista de la Isla
Suena mal decirlo, pero aquí nos conocemos todos. Cada uno muestra lo que quiere que vean los demás y deja para su bungalow el agotamiento, la perversidad, la extroversión o la lujuria. No es un asunto de confianza, ni de amistad. A veces me da la sensación de que hemos aceptado que en 'los últimos refugios' no puede haber ni una cosa ni otra, aunque reconozco que eso suena a guión de cine: vivimos en concordia, eso es lo que más se ajusta a la realidad.
Hace unos años, un español estuvo unos meses alojado en el Hotel. Una de las últimas noches me confesó que por más que lo intentara, nunca podría acostumbrarse a las relaciones ligeras, al típico conocimiento epidérmico de los isleños, siempre demasiado precavidos para no preguntar a nadie por los negocios que le han traído hasta Saba. El compatriota (madrileño, para más señas) era de esa clase de exhibicionistas de lo ajeno que se alegran cuando alguien demuestra las distorsiones de su personalidad, por tanto hay que suponer que le resultamos los seres más aburridos del planeta.
Me parece oír una voz en off de esas que hablan al comienzo de una película de las costumbres del pueblo del protagonista. Una voz que me hace escribir: así somos, nuestras costumbres garantizan nuestra colectiva felicidad.
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