Con la piel de cactus, en mi rancho, sudando púas, las vacas chaparras, no piensen en moles colmadas de leche, son como pequeñas mulas, tienen el cuerpo marcado por aguijones y mordiscos, pobres canijas, hace tanto calor que cada semana se me muere una.
Pastan en la puerta del infierno una hierba pobre, pastan polvo; cojo la cabeza de la que se muere y el aparcero se quita la gorra como si el muerto fuese yo. Un personaje curioso, lleva diez años sin ver el mar. Debe odiar a las vacas. No señor Vilos, son como hijas, me dice. Pero le veo sonreír cuando un tábano como un pulgar las recorta un palmo de cuero.
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