Todos los días Rudolph espera, sentado en su banco, la visita de alguno de sus seguidores. Los menos discretos le siguen recordando aquello que le hizo a una periodista sueca, la que le preguntó si su última 'performance' (comerse el vientre de un perro callejero) estaba inspirada en la última cena; Rudolph se quitó su sombrero -un sombrero verde,de fieltro, con las alas mordidas por las zarzas- bajó la mirada y como única respuesta escupió a la reportera en la cara.
Algunos vieron en ese salivazo una lágrima, la primera que Rudolph ha derramado desde el final de la segunda Guerra Mundial, otros han dicho que era su forma de romper con la tradición cristiana europea. Lo cierto es que desde que escupió, las frágiles reglas del arte posmoderno se han vuelto a ver sacudidas. Rudolph, ajeno a todo esto, sigue durmiendo cerca del estanque de su parque favorito, es probable que ya no se acuerde de que algún día fue niño prodigio de la Feria de Arte de Basilea.
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