FALSA MEMORIA DE FRANCO
Nací cuando ya estaba muerto. Aún paso ignorante por calles con nombres como Yagüe, Mola, Sanjurjo o caídos de la división azul. Hace tiempo los mayores hablaban de Franco de vez en cuando, casi siempre mal. Hoy sólo el Cuéntame lo recuerda en público y en esa serie su figura también está ausente, puede que por un exceso de voluntad fraternalista, quizá porque ya entonces se trataba de una especie de fantasma que habitaba el palacio del Pardo.
Entre otras cosas, el libro de Vázquez Montalbán “Autobiografía del General Franco”, me ha llenado de optimismo. Aunque la derecha se inflame, al menos no existe otro así. Espero que tampoco se le busque. La marea de la política internacional ha llevado a España donde Franco tanto temía, a un lugar tranquilo, a cobijo del imperio, en dónde no hay razones para creer en ninguna patria. Algunos políticos hablan de que se repite el clima del 36, pero afortunadamente parece que se trata de una perversa maniobra de marketing y no tanto de una amenaza.
Desde que el Partido Popular es Partido y no Coalición, su imagen ya no se asocia a la del dictador. A raíz del cambio, cuando se desmoronó la UCD y Fraga se convirtió en el clavo ardiendo de los conservadores, el PP tuvo que arrinconar la memoria de Franco igual que había hecho él con la de José Antonio. Del partido de Suárez llegaron bastantes políticos que ya habían jugado la baza de declararse fuera del movimiento, de forma que el PP tomó la calle de en medio y los guiños a los nostálgicos se fueron haciendo sutiles o desaparecieron. La lealtad hacia el que cae no es un distintivo de la derecha tradicional, por mucho que la literatura franquista dijera lo contrario.
En esta democracia la libertad de expresión viene de serie junto con los derechos del buen ciudadano. Al margen de las precauciones legales que disuaden al más pintado de hablar mal de los Borbones, por poner un ejemplo, se puede contar casi todo lo que uno quiera, con los únicos inconvenientes de que nadie quiere perder el tiempo escuchando lo que dice el primero que pasa y de que hay muy pocos grupos de poder a los que les interesa un modelo de discurso aséptico. Hoy escribo contra Franco, hoy se me permite llamarle asesino y supongo que nadie me detendrá dentro de unos meses. A cambio este texto no tendrá casi repercusión. Queda lejos la cruel publicidad de la represión franquista, se ha descubierto que la invisibilidad es un castigo peor y una forma de censura que no mancha tanto, mejor adaptada al mercado.
Ni los cuerpos de seguridad del estado ni los oficiales del ejército prodigan elogios a Franco o al movimiento en público. Con respecto a lo que hagan en privado, hoy se acepta que cada ciudadano tiene la potestad de construirse un panteón de criminales a su medida. La globalización define el papel del ejército en nuestra época. Si no se es una unidad de destino en lo internacional no se es el conductor. Los militares van a por sus ascensos allí donde les lleven, como hizo Franco cuando era comandante.
Franco fue necesario para la iglesia católica menos tiempo del que la iglesia fue necesaria para él, así que al Vaticano no le han afectado los años de democracia. La prueba palpable es la financiación que se otorga al clero en los presupuestos del estado.
Quedan otras rebabas del franquismo, símbolos, monumentos, sucesores, represores, políticos de la oposición etc. Hay costumbres como la de ilegalizar partidos que aún perduran. El retraso de las ciencias y las letras, en cambio, es más una consecuencia que un resabio de esos treinta y nueve años. Con el conocimiento no encaja la adulación, la búsqueda de un enemigo de dimensiones desconocidas o la censura que dominaba entonces, así que los que más podían aportar se exiliaron en el extranjero o en sí mismos. Aún costará mucho reconstruir la base de la cultura, aunque parezca que ha pasado un siglo desde que Franco murió.
Muchos hijos de la posguerra piden muestras claras de gratitud y cariño. Se consideran los protagonistas olvidados del cambio histórico, al tiempo que piden que recordemos el sufrimiento de sus padres, que valoremos el paisaje que ha quedado a pesar de la debacle y la purga de los vencidos. Pero el olvido colectivo es inexorable. De la guerra, la autarquía y los años del Opus, quedan un puñado de películas y de libros, malintencionados o no, y la siniestra silueta del valle de los caídos. El resto, como dice Montalbán, es ruido, que tapa las canciones de la falange, los delirantes discursos de Franco, y la nasal voz que narraba las proezas pesqueras del galán del Nodo, sonidos que hoy desaparecen hasta de las parodias.
Para sus enemigos queda el escaso consuelo de que se le esté olvidando, pero aquellos que piensan que la historia se repite varias veces y para peor, se duelen de que suceda porque eso implica que se olvidan los crímenes que cometió y también a sus victimas.
Yo no sé que pensar. No puedo imponerme recuerdos de una etapa que no pasé. Quiero solidarizarme con aquellos que la vivieron y murieron en busca de la libertad, pero la palabra solidaridad me parece floja y no se me ocurre otra que la sustituya. Aunque es consciente, el olvido no es optativo. La falsa memoria no logra imponerse y no revela a los que nacieron después de aquel 20-N, cómo fue ese pasado que siempre nos han descrito como gris.
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